El Testimonio De Policarpo

Policarpo era discípulo del apóstol Juan habiendo recibido de él las enseñanzas del Señor Jesucristo.  Era pastor de la iglesia en Esmirna la cual tenía que aguantar muchas tribulaciones.  Tocante a los sufrimientos que el Señor mismo había predicho que les iba de tocar, tres días antes de ser agarrado por las autoridades, al estar orando, Dios le mostró que iba a ser quemado.

Cuando sus perseguidores buscaban al anciano de 86 años, unos hermanos lo escondieron en otro municipio.  Luego en lugar de seguir huyendo, resuelto, él dijo: "Que se haga la voluntad de Dios".  Él mismo se entregó en las manos de sus perseguidores los cuales recibió muy amablemente, preparándoles unos alimentos.  Les pidió una hora en oración mientras comían.

Sus perseguidores lo llevaron tratando de persuadirle a renunciar a Cristo, diciendo: "Lo importante para ti es decir: "Señor Emperador" y que le ofrezcas un sacrificio o un incienso delante de él, para salvar tu vida".  No les respondió, pero cuando persistieron en demandarle una respuesta, finalmente les dijo: "Yo nunca haré lo que me piden o me aconsejan a hacer".  Viendo la resolución de su convicción en Cristo, comenzaron a injuriarlo, echándole del carro a fin de que se lastimó su pierna.  Levantándose de nuevo, voluntariamente se entregó a sus perseguidores para ser llevado al lugar de su muerte.

Otro oficial romano le dijo que tuviera compasión por su gran edad y que jurara por la gran fortuna del emperador, renunciando a Cristo.  Policarpo le respondió: ""Por ochenta seis años he servido a mi Señor Cristo Jesús, y nunca me ha hecho ningún daño.  ¿Cómo puedo yo negar a mi Rey quien hasta ahora me ha preservado de toda maldad y tan fielmente me redimió?"  Entonces la autoridad romana le amenazó con la muerte por las bestias silvestres despedazando su cuerpo, si no renunció su fe, diciéndole: "Tengo las bestias ya preparadas, delante de las cuales te voy a echar, a menos que te conviertas".  Policarpo sin temor le contestó: "Que vengan porque mi propósito es inmutable.  No podemos ser convertidos o pervertidos de lo bueno a lo malo por aflicción; sin embargo, sería mejor que ustedes quienes persisten en su maldades se convirtieran para hacer lo que es justo".  El romano respondió: "Si no te has arrepentido y te burlas de las bestias silvestres, yo tendré que quemarte en el fuego".  Una vez más sin vacilación y miedo, Policarpo le dijo: "Me amenaza con el fuego el cual tal vez arderá por una hora y se apagará; pero ignora el fuego del juicio venidero de Dios el cual es preparado y reservado para castigo y tormento eterno para los impíos.  Entonces, ¿por qué demora?  Deme a las bestias silvestres, o el fuego o lo que usted quiera:  no podrá por ninguno de ellos moverme a renunciar a Cristo, mi Señor y mi Salvador".

Finalmente la gente demandó su muerte y fue entregado para ser quemado.  Se recogió un montón de leña.  Al ver todo esto se quitó su ropa y sus zapatos para ser puesto sobre la leña desnudo.  Los verdugos lo agarraron para clavar su manos a la madera cuando él dijo: "No lo hagan.  Aquel que me dará fuerza para aguantar los dolores del fuego, será el mismo para fortalecerme para quedarme en el fuego, aunque no me clavaron al madero".  Por lo tanto no lo clavaron, pero lo amarraron con sus manos atrás de su espalda.  Ya preparado para ser holocausto, y puesto sobre la madera como una oveja sacrificada, él oró a Dios: "O Padre del Hijo amado y bendito de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos recibido el conocimiento salvador de tu santo nombre; Dios de los ángeles y los poderes y de todos las criaturas, pero especialmente de todos los justos quienes viven en tu vista, te doy las gracias por haberme llamado a este día y hora, y me has tenido por digno de padecer, para que yo tenga mi parte y lugar entre el número de los santos mártires, y en la copa de los sufrimientos de Cristo, por lo tanto sufro con Él y soy partícipe de sus dolores.  Te pido, O Señor, que este día me recibas como una ofrenda de grosura entre el número de tus santos mártires, aun como tu también, O Dios de verdad, no puedes mentir, me has preparado y me hiciste saber lo que me esperaba, y que ahora se cumpla.  Por lo tanto te agradezco y te alabo encima de todos los hombres, y honro tu nombre santísimo mediante Jesucristo, tu hijo muy amado, el eterno sumo sacerdote al cual contigo y al Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. AMEN".

En el momento que dijo: "AMEN", los verdugos encendieron la leña bajo él y las flamas le rodearon subiendo hasta los cielos, más altas que su cuerpo.  Sorprendidamente, las llamas de fuego no le hicieron daño.  Entonces, uno de los verdugos fue mandado a lanzarle con una espada. Ya hecho, la sangre por razón del calor o otra razón desconocida, fluía tan profundamente de su herida que el fuego casi se apagó.  Este siervo fiel de Dios entró en el gozo de su Señor habiendo muerto por el fuego y la espada en el año aproximado de 155 D.C.
 



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