¡Atención!
¿Es Cristo Su Señor?
 
 
¿Señor o sólo Salvador?

No preguntamos: “¿Si Cristo es su “Salvador”, pero, “¿es Cristo real y verdaderamente su Señor?”  Porque si no es su Señor, tampoco seguramente es su “Salvador”.  Los que no han recibido a Cristo Jesús como su “Señor”, y se imaginan que es su “Salvador”, están engañados y su esperanza está edificada sobre la arena.  Multitudes de personas están decepcionadas sobre este punto vital, por lo tanto, si el lector valora su alma, imploramos que lea y escudriñe este folleto cuidadosamente.
 

¿Pero, cómo? ¡Yo creo en Jesús!

Cuando preguntamos: “¿Si Cristo es su Señor?”, no estamos preguntándole si cree en la trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.  Los demonios si lo creen pero están pereciendo todavía (Mateo 8:28-29; Santiago 2:19).  Puede estar convencido completamente de la deidad de Cristo, y todavía estar en sus pecados.  Puede hablar de Él de suma reverencia, y darle sus títulos divinos en sus oraciones, y todavía no ser salvo.  Puede aborrecer a los que difaman a Dios y niegan su divinidad, y todavía no tener un amor espiritual por Él en su corazón.
 

¿Qué quiere decir: “Es Cristo su Señor?”

Cuando preguntamos: “¿Es Cristo su Señor?”, damos a entender, ¿Si Cristo ocupa en verdad y en la práctica el trono de su corazón?  ¿Actualmente reina Cristo sobre su vida?  “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6) describe el camino que tomamos todos por naturaleza.  Antes de la conversión, cada persona vive para agradarse a sí misma.  En la antigüedad se escribió: “Cada uno hacía lo que bien le parecía,” ¿y por qué?  “En estos días no había rey en Israel” (Jueces 21:25).  ¡Este es el punto que queremos enfatizar a usted, lector!  Si Cristo no es el Rey de su vida (1 Timoteo 1:17; Apocalipsis 15:3), si no se ha arrodillado a su cetro, si la voluntad de Cristo no ha llegado a ser la regla de su vida, entonces su propio “YO” le domina, y ha repudiado a Cristo.
 

¿Cómo puedo saber la condición de mi corazón?

Cuando el Espíritu Santo empieza su obra de gracia en el alma, primeramente convence de pecado.  Él me manifiesta la naturaleza real y detestable del pecado.  Me hace reconocer que es una condición de rebeldía, un desafió de la autoridad de Dios, la exaltación de mi voluntad sobre la de Dios.  Me hace ver que me he apartado por mi propio camino (Isaías 53:6), el agradarme a mí mismo.  He estado luchando contra Dios.  Al abrirse mis ojos y ver lo rebelde que he sido toda mi vida, tan indiferente al honor de Dios, no preocupado sobre su voluntad, me lleno con angustia y horror y me maravilla que el Dios tres veces santo no me haya echado al infierno hace mucho tiempo.  Amigo, ¿ha pasado por medio de esta experiencia?  Si no, hay una razón muy grave para temer que usted está muerto espiritualmente.
 

Pues, no tuve una experiencia como esa...

La conversión, la conversión verdadera, la conversión salvadora, es el dar la espalda al pecado y volverse a Dios en Cristo.  Es despojar las armas de mi propia milicia contra Dios, el cesar de despreciar e ignorar su autoridad.  La conversión neotestamentaria se describe así: “os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9).  Un ídolo es cualquier objeto, al cual se le da lo que solamente pertenece a Dios--el lugar supremo en nuestras pasiones, la influencia exaltada en nuestros corazones, el poder dominante en nuestras vidas.  La conversión es un cambio completo, el corazón y la voluntad renunciando el pecado, el mundo y el “yo”.  La conversión genuina se manifiesta siempre por la declaración: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6).  Es una entrega sin reserva de nosotros mismos a su voluntad santa.  ¿Se ha entregado usted de esta forma? (Romanos 6:13).
 

La verdad, no me he entregado así.

Hay muchas personas quienes quisieran ser salvos del infierno, pero no desean ser salvos de una vida de voluntad propia, de seguir su propio camino, de una vida de mundanalidad.  Sin embargo, Dios no les salva según los términos de ellos.  Para ser salvo, nos debemos someter  y escuchar sus reglas: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).  Cristo dijo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33).  El hombre debe convertirse “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” para poder recibir “perdón de pecados por la fe” que es en Cristo Jesús (Hechos 26:18).
 

¿Y qué pasa después de la conversión?

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2:6).  Es una exhortación a los cristianos que continuemos como empezamos.  ¿Y como empezamos?  Por recibir al “Señor Jesucristo”, por entregarnos a Él, por sujetarnos a su voluntad, por cesar de agradarnos a nosotros.  Su autoridad ya la aceptamos.  Sus mandatos llegaron a ser la regla de nuestra vida.  Su amor nos constriñe a amarle y obedecerle alegremente y sin reserva.  Ellos “a sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2Corintios 8:5).  Estimado lector, ¿usted lo ha hecho?  ¿Es su vida la evidencia de él?  Pueden los que tienen contacto con usted ver que ahora no vive para agradarse a sí mismo? (2 Corintios 5:15).
 

¿Y este cambio tan radical pasa con todos?

Oh, querido amigo, no se equivoque en este asunto: una conversión producida por el Espíritu Santo es muy radical, es un milagro de la gracia, es entronizar a Cristo sobre la vida, y tales conversiones son raras.  Multitudes de personas solamente tienen suficiente religión para hacerles miserables; rehúsan a abandonar todo pecado conocido, y no hay paz verdadera hasta que se abandone el pecado.  Nunca han recibido al “Señor Jesucristo” (Colosenses 2:6).  Si lo hubieran recibido, “el gozo de Jehová” sería su fuerza (Nehemías 8:10).  Sin embargo, la declaración de sus corazones y sus vidas (definitivamente no de sus labios) es: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14).  ¿Es su caso también?
 

No quiero tan solo tener una religión, sino ser cambiado completamente.

El gran milagro de gracia consiste en el cambio del rebelde sin ley a ser un sujeto vivo y leal, es la regeneración del corazón, para que el objeto de esta gracia llegue a aborrecer lo que amaba, y amar lo que antes odiaba (2 Corintios 5:17).  Ahora se deleita “en la ley de Dios según el hombre interior” (Romanos 7:22).  Descubre que los mandatos de Cristo “no son gravosos” (1 Juan 5:3), y “en guardarlos hay grande galardón” (Salmos 19.11).  ¿Es ésta su experiencia?  ¡La sería si recibe a Cristo Jesús como su Señor!
 

¿Y como puedo tener esta experiencia?

Sin embargo, el recibir a Cristo Jesús como Señor es completamente imposible sin la intervención de Dios.  Es la última cosa que el corazón no regenerado quiere hacer.  Debe haber un cambio sobrenatural de corazón antes de que haya el anhelo que Cristo ocupe su trono.  Y aquel cambio, nadie sino Dios, lo puede hacer (1 Corintios 12:3).  Por lo tanto, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado” (Isaías 55:6).  Busque a Jehová “de todo su corazón” (Jeremías 29:13).  Querido lector, tal vez usted haya sido un cristiano profesante por muchos años y muy sincero en su profesión; sin embargo si Dios ha condescendido a usar este tratado y mostrarle que nunca realmente ha recibido a Cristo Jesús el Señor, si ahora en su alma y conciencia reconoce que su “YO” ha reinado, ¿ahora se arrodillará y confesará a Dios su “ego,” su rebeldía contra Él, y le rogará que obre en usted a fin de que, sin perder más tiempo, usted pueda entregarse completamente a su voluntad y llegar a ser su sujeto, su siervo, su esclavo amado, de palabra y obra?
                                                                                                                                                 --A.W. Pink
 
 



 
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