No preguntamos: “¿Si Cristo es su “Salvador”, pero, “¿es
Cristo real y verdaderamente su Señor?” Porque si no es su
Señor, tampoco seguramente es su “Salvador”. Los que no han
recibido a Cristo Jesús como su “Señor”, y se imaginan que
es su “Salvador”, están engañados y su esperanza está
edificada sobre la arena. Multitudes de personas están decepcionadas
sobre este punto vital, por lo tanto, si el lector valora su alma, imploramos
que lea y escudriñe este folleto cuidadosamente.
Cuando preguntamos: “¿Si Cristo es su Señor?”, no estamos
preguntándole si cree en la trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Los demonios si lo creen pero están pereciendo todavía
(Mateo 8:28-29; Santiago 2:19). Puede estar convencido completamente
de la deidad de Cristo, y todavía estar en sus pecados. Puede
hablar de Él de suma reverencia, y darle sus títulos divinos
en sus oraciones, y todavía no ser salvo. Puede aborrecer
a los que difaman a Dios y niegan su divinidad, y todavía no tener
un amor espiritual por Él en su corazón.
Cuando preguntamos: “¿Es Cristo su Señor?”, damos a entender,
¿Si Cristo ocupa en verdad y en la práctica el trono de su
corazón? ¿Actualmente reina Cristo sobre su vida?
“Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6) describe
el camino que tomamos todos por naturaleza. Antes de la conversión,
cada persona vive para agradarse a sí misma. En la antigüedad
se escribió: “Cada uno hacía lo que bien le parecía,”
¿y por qué? “En estos días no había rey
en Israel” (Jueces 21:25). ¡Este es el punto que queremos enfatizar
a usted, lector! Si Cristo no es el Rey de su vida (1 Timoteo 1:17;
Apocalipsis 15:3), si no se ha arrodillado a su cetro, si la voluntad de
Cristo no ha llegado a ser la regla de su vida, entonces su propio “YO”
le domina, y ha repudiado a Cristo.
Cuando el Espíritu Santo empieza su obra de gracia en el alma,
primeramente convence de pecado. Él me manifiesta la naturaleza
real y detestable del pecado. Me hace reconocer que es una condición
de rebeldía, un desafió de la autoridad de Dios, la exaltación
de mi voluntad sobre la de Dios. Me hace ver que me he apartado por
mi propio camino (Isaías 53:6), el agradarme a mí mismo.
He estado luchando contra Dios. Al abrirse mis ojos y ver lo rebelde
que he sido toda mi vida, tan indiferente al honor de Dios, no preocupado
sobre su voluntad, me lleno con angustia y horror y me maravilla que el
Dios tres veces santo no me haya echado al infierno hace mucho tiempo.
Amigo, ¿ha pasado por medio de esta experiencia? Si no, hay
una razón muy grave para temer que usted está muerto espiritualmente.
La conversión, la conversión verdadera, la conversión
salvadora, es el dar la espalda al pecado y volverse a Dios en Cristo.
Es despojar las armas de mi propia milicia contra Dios, el cesar de despreciar
e ignorar su autoridad. La conversión neotestamentaria se
describe así: “os convertisteis de los ídolos a Dios, para
servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9). Un ídolo
es cualquier objeto, al cual se le da lo que solamente pertenece a Dios--el
lugar supremo en nuestras pasiones, la influencia exaltada en nuestros
corazones, el poder dominante en nuestras vidas. La conversión
es un cambio completo, el corazón y la voluntad renunciando el pecado,
el mundo y el “yo”. La conversión genuina se manifiesta siempre
por la declaración: “Señor, ¿qué quieres que
yo haga?” (Hechos 9:6). Es una entrega sin reserva de nosotros mismos
a su voluntad santa. ¿Se ha entregado usted de esta forma?
(Romanos 6:13).
Hay muchas personas quienes quisieran ser salvos del infierno, pero
no desean ser salvos de una vida de voluntad propia, de seguir su propio
camino, de una vida de mundanalidad. Sin embargo, Dios no les salva
según los términos de ellos. Para ser salvo, nos debemos
someter y escuchar sus reglas: “Deje el impío su camino, y
el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el
cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual
será amplio en perdonar” (Isaías 55:7). Cristo dijo:
“Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). El hombre
debe convertirse “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás
a Dios” para poder recibir “perdón de pecados por la fe” que es
en Cristo Jesús (Hechos 26:18).
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor
Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2:6). Es una exhortación
a los cristianos que continuemos como empezamos. ¿Y como empezamos?
Por recibir al “Señor Jesucristo”, por entregarnos a Él,
por sujetarnos a su voluntad, por cesar de agradarnos a nosotros.
Su autoridad ya la aceptamos. Sus mandatos llegaron a ser la regla
de nuestra vida. Su amor nos constriñe a amarle y obedecerle
alegremente y sin reserva. Ellos “a sí mismos se dieron primeramente
al Señor” (2Corintios 8:5). Estimado lector, ¿usted
lo ha hecho? ¿Es su vida la evidencia de él?
Pueden los que tienen contacto con usted ver que ahora no vive para agradarse
a sí mismo? (2 Corintios 5:15).
Oh, querido amigo, no se equivoque en este asunto: una conversión
producida por el Espíritu Santo es muy radical, es un milagro de
la gracia, es entronizar a Cristo sobre la vida, y tales conversiones son
raras. Multitudes de personas solamente tienen suficiente religión
para hacerles miserables; rehúsan a abandonar todo pecado conocido, y no
hay paz verdadera hasta que se abandone el pecado. Nunca han recibido
al “Señor Jesucristo” (Colosenses 2:6). Si lo hubieran recibido,
“el gozo de Jehová” sería su fuerza (Nehemías 8:10).
Sin embargo, la declaración de sus corazones y sus vidas (definitivamente
no de sus labios) es: “No queremos que éste reine sobre nosotros”
(Lucas 19:14). ¿Es su caso también?
El gran milagro de gracia consiste en el cambio del rebelde sin ley
a ser un sujeto vivo y leal, es la regeneración del corazón,
para que el objeto de esta gracia llegue a aborrecer lo que amaba, y amar
lo que antes odiaba (2 Corintios 5:17). Ahora se deleita “en la ley
de Dios según el hombre interior” (Romanos 7:22). Descubre
que los mandatos de Cristo “no son gravosos” (1 Juan 5:3), y “en guardarlos
hay grande galardón” (Salmos 19.11). ¿Es ésta
su experiencia? ¡La sería si recibe a Cristo Jesús
como su Señor!
Sin embargo, el recibir a Cristo Jesús como Señor es completamente
imposible sin la intervención de Dios. Es la última
cosa que el corazón no regenerado quiere hacer. Debe haber
un cambio sobrenatural de corazón antes de que haya el anhelo que
Cristo ocupe su trono. Y aquel cambio, nadie sino Dios, lo puede
hacer (1 Corintios 12:3). Por lo tanto, “Buscad a Jehová mientras
puede ser hallado” (Isaías 55:6). Busque a Jehová “de
todo su corazón” (Jeremías 29:13). Querido lector,
tal vez usted haya sido un cristiano profesante por muchos años
y muy sincero en su profesión; sin embargo si Dios ha condescendido
a usar este tratado y mostrarle que nunca realmente ha recibido a Cristo
Jesús el Señor, si ahora en su alma y conciencia reconoce
que su “YO” ha reinado, ¿ahora se arrodillará y confesará
a Dios su “ego,” su rebeldía contra Él, y le rogará
que obre en usted a fin de que, sin perder más tiempo, usted pueda
entregarse completamente a su voluntad y llegar a ser su sujeto, su siervo,
su esclavo amado, de palabra y obra?
--A.W. Pink
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