Dios instituyó el matrimonio para la propagación, la pureza y la felicidad de la raza humana (Génesis 1:27-28). La civilización y el reino de Dios en la tierra serían imposibles sin el hogar, y la base del hogar es la institución divina del matrimonio. Como el sol emite innumerables rayos de luz sobre la tierra de los cuales depende la vida física, asimismo la institución del hogar radia un millón de influencias felices-sociales, morales y religiosas-que hacen al mundo libre de penas, alegre y fructuoso.
La institución del matrimonio es santa porque viene de un Dios santo, aunque sea contratado por incrédulos. De la misma manera, la Biblia es santa, aunque sea poseída y maltratada por incrédulos. El estado del matrimonio es santo en el sentido más alto sólo cuando es contratado y vivido en el temor de Dios, de acuerdo con su Palabra. El matrimonio es honroso en todos, pero al discípulo del Señor se le manda que se case "en el Señor" (2 Corintios 6:14; 1 Corintios 7:39). "Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla (deshonra); pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios" (Hebreos 13:4).
Para poder evitar la tentación sexual Dios ha designado que cada hombre tenga a una esposa y que cada señorita tenga a su marido. "En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido" (1 Corintios 7:1-2). Los que viven en fornicación o unión libre deben hacer dos cosas conforme a la voluntad de Dios: 1) Arrepentirse, es decir, abandonar su pecado y acudir a Cristo para lavarse en su sangre preciosa, y 2) casarse conforme a las leyes de la tierra (Romanos 13:1-5).
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