Inmediatamente después de la muerte el espíritu del salvo parte para estar con Cristo en un estado que es mucho mejor que aquel en el que está en la tierra (Filipenses 1:23). Está "ausente del cuerpo y presente al Señor" (2 Corintios 5:6-8). Pero éste no es el estado final de bienaventuranza de los redimidos. En nuestro estado final de bienaventuranza, el espíritu no solamente es desnudado de su cuerpo mortal, sino revestido de su cuerpo resucitado (2 Corintios 5:1-4). Obtendremos este cuerpo resucitado a la segunda venida de Cristo, cuando los cuerpos de aquellos que habrán muerto en Cristo serán levantados de los muertos (1 Tesalonicenses 4:15) y los cuerpos de los salvos que viven serán transformados en un abrir y cerrar de ojos, y esto corruptible será vestido de incorrupción (1 Juan 3:2-3; 1 Corintios 15:51-53).
Por otra parte, inmediatamente después de la muerte, los espíritus de los malos van a la porción del Hades reservada para ellos, donde permanecen en un estado consciente de penoso tormento (Lucas 16:19-31). Pero ésta no es su condición final. Al final del milenio, aquellos que hayan muerto en el pecado serán resucitados para ser presentados ante el Gran Trono Blanco de Dios y ser juzgados y enviados a su condición final de tormento (Apocalipsis 20:11-15; 21:8). Es entonces que entrarán en su estado final y pleno de sufrimiento. Así como el espíritu redimido es sobre vestido en la venida de Cristo con el glorioso cuerpo resucitado, contraparte perfecta del espíritu redimido que habita en Él y participante con Él de toda su gloria, de la misma manera los malos serán sobrevestidos con un cuerpo, perfecta contraparte del espíritu de condenación que habita en él y participante de toda su desgracia.
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