La experiencia de los discípulos que iban a Emaús en Lucas 24:13-35 era un experiencia triste por su incredulidad (Lucas 24:15-25). No creían las Escrituras que tenían, es decir, el Antiguo Testamento acerca de la necesidad que el Cristo muriera para satisfacer las altas demandas de Dios. "El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:20). Por eso Cristo les reprendió en versículo 25: "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!"
Entonces para sacarles de su incredulidad, Cristo les predicó la Palabra de Dios, el instrumento que Dios usa para crear fe genuina en el corazón (Romanos 10:17). Comenzó desde "Moisés", es decir los libros de Moisés, Génesis a Deuteronomio, siguiendo por todo el Antiguo Testamento les mostró que era necesario que sufriera la muerte. Les explicó pasajes relacionados con su muerte y resurrección como Salmos 22, Salmos 38:11, Salmos 109:25, Isaías 53, Salmos 69, Salmos 34:20, Éxodo 12:43-46, Números 9:12, Amos 8:9, Zacarías 13:6, Salmos 89:44-46, Salmos 16:8-10.
Entonces es importante que creamos las promesas y palabras de Dios
a pesar de las circunstancias, o nos encontraremos en la misma experiencia
de los discípulos en el camino a Damasco—un estado de incredulidad,
tristeza y desesperanza. "Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).
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