La iglesia católico romana enseña que hasta los fieles necesitan pasar por un proceso de purificación antes de ser aptos para presentarse ante Dios. Sin embargo, no existen pruebas en la Escritura que apoyen este punto de vista, y hay mucho en su contra.
La Biblia nos habla de una felicidad inmediata de los muertos en Cristo (Lucas 16:22; Lucas 23:43; 2 Corintios 5:6-8). Con seguridad el cristiano corriente es tan apto para el cielo como el ladrón penitente o como Lázaro. Además, se atribuye en las Sagradas Escrituras eficacia ilimitada a la sangre de Jesucristo.
Por el otro lado la Biblia nos enseña de un tormento eterno
inmediato para los muertos sin Cristo los cuales no son salvos sino
perdidos (Apocalipsis 21:8; Lucas 16:22-26). El Nuevo Testamento
habla solamente de dos clases de personas: los salvos y los no salvos.
El destino de cada una de las dos clases es determinado en esta vida, la
cual es el único período de prueba mencionado. La muerte
cierra el período de prueba, y luego sigue el juicio (Hebreos 9:27;
2 Corintios 5:10). La salvación de cada uno es determinada
no por las obras (Efesios 2:8-9; Romanos 4:5), ni por la membresía
de una iglesia (Juan 3:1-7), ni por el bautismo (Lucas 23:39-43), sino
que es determinada por una decisión personal de cada persona la
cual decide arrepentirse (2 Pedro 3:9; Hechos 17:30) y recibir por fe al
Señor Jesucristo como Señor y Salvador (Juan 1:12; Juan 3:16-18;
Juan 5:24; Romanos 5:1).
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