1 Juan 5:14-17
 

El apóstol Juan en 1 Juan 5:14-17 quiere enseñarnos como orar con confianza.  Las palabras "saber" y "conocer" se encuentran 38 veces en este libro.  La seguridad y certidumbre se debe caracterizar la vida de uno que es nacido de Dios.  Juan quiere que oremos con confianza.

En versículos 14 y 15 vemos unos requisitos para asegurar oración contestada:

 

(1)   Tener confianza (fe) hacia Dios.  "Y esta es la confianza que tenemos en Él".  Es posible porque hemos sido reconciliados con Dios (Efesios 2:14-16) y aceptos en el Amado Hijo Cristo Jesús (Efesios 1:6), y ahora nuestra entrada y nuestro acceso es solamente por Cristo (Efesios 2:18, 3:12; Hebreos 4:14-16)

(2)   Desear, discernir y pedir según la voluntad de Dios.  "Si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye".  Se puede conocer la voluntad de Dios por medio de la Palabra de Dios (Efesios 5:17; Colosenses 1:9; Romanos 12:2; 1 Tesalonicenses 4:3, 5:18; 1 Pedro 2:13-15); el mayor tiempo que escudriñamos la Palabra de Dios y tenemos comunión con Dios en oración, se nos facilitará el conocimiento pleno de la voluntad de Dios

(3)   Orar dando gracias a Dios por habernos escuchado y contestado (Filipenses 4:6-7).

En versículos 16-17 Juan sigue con el tema de la oración pero enfatizando la oración de intercesión, es decir, orar por otros hermanos.  Dice "si alguno viere a su HERMANO cometer pecado".  La manera de tratar al pecado de un hermano no es anunciarlo a todos, ni chismear acerca de él, sino interceder por él.  Muchos veces lo que le daña a una iglesia es la difusión de rumores.  Aquí el pecado cometido es un hecho ante los ojos del otro hermano y por lo tanto tiene el deber de orar por él (Lucas 22:32).  El apóstol nos enseña que el camino a la restauración es posible por la oración de los hermanos.  La oración es el primer paso a ser restaurado.  También habrá necesidad de confrontación por un hermano espiritual y humilde (Gálatas 6:1) para que se complete el proceso de restauración.

"Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida".  Mateo 12:31-32 junto con el pasaje que estamos estudiando hacen referencia a tres pecados particulares: el pecado imperdonable, el pecado de muerte y el pecado no de muerte.  Estos tres pecados no son iguales.

El pecado imperdonable es blasfemia en contra del Espíritu Santo y se comete por la gente inconversa.  El discípulo del Señor, nacido de nuevo por Dios, no puede cometer este pecado porque se trata con la destrucción del alma.  El pecado imperdonable es el rechazo completo y final del Señor Jesucristo tan desafiante y blasfemador que el Espíritu Santo es insultado y se aleja de uno para siempre.  Cuando sucede esto, el Espíritu Santo jamás moverá el corazón, traerá convicción o agitar el deseo para ser salvo.  Todo arrepentimiento y acercamiento a Dios es el resultado de la obra del Espíritu Santo trabajando en el corazón del incrédulo (Juan 16:8-11; 6:44), por lo tanto no le quedará oportunidad de salvación porque Dios no tiene otro método para traer pecadores a los pies de Cristo.

El pecado de muerte se refiere no a la muerte espiritual sino a la física.  El que comete este pecado es "hermano", que quiere decir una persona convertida y salva, y seguramente Dios no inculpa de pecado al salvo porque tiene vida ETERNA y no la puede perder (Romanos 4:1-8; Juan 5:24).  El pecado de muerto habla de la muerte física.  Hay varios ejemplos entre el pueblo de Dios que murieron por haber cometido un pecado de muerte.

Esos casos nos hacen entender que el pecado de muerte es cometido por personas salvas que conocen la voluntad de Dios pero no le hacen caso a Dios sino que le dan un oído sordo.  El que pasa por alto la voz de Dios y la obra del Espíritu Santo en su corazón está en peligro de cometer el pecado de muerte.

El pecado no de muerte se refiere a la muerte física también.  Sabemos que "la paga del pecado es la muerte [muerte espiritual y eterna]" (Romanos 6:23).  "Toda injusticia es pecado, pero hay pecado no de muerte".  El pecado no de muerte es el pecado en el instante "por sorpresa (Gálatas 6:1), y luego confesado y abandonado (1 Juan 1:9; Proverbios 28:13; 1 Corintios 11:31).
 
 



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